jueves, 28 de octubre de 2010

Microrelatos de Terror

A fines del año pasado tuve la oportunidad de participar de un concurso de Microrelatos de terror en homenaje a Poe organizado por la editorial digital española ArtGerust. Si bien no gané, recibí alentadoras palabras de estímulo y de reconocimiento por parte de los organizadores así como de otros participantes y lectores.
Me gustaría compartir con uds. los 10 microrelatos que envié. Debían tener menos de 160 palabras, por lo que comprenderán que había que ejercer con puntilloso autoritarismo la tan cacareada capacidad de síntesis que se supone los periodistas debemos tener. Se aceptan críticas y comentarios.

Fugitivo  (para esta historia me inspiré en un hermoso poema de Chocano)



Tenía hambre. Hacía más de diez horas que había escapado y no había probado bocado. Su cuerpo voluminoso necesitaba alimento pero en lugar de quedarse en las inmediaciones del poblado había decidido salir hacia las afueras, para evitar ser capturado.

Sabía que lo estaban buscando y que si lo encontraban podía darse por muerto. No había posibilidad alguna de que volvieran a encerrarlo. Había matado para huir, y ahora era el blanco de una cacería a muerte.

El pastor avanzaba silbando, y arreando sus tres ovejas. Los ojos del fugitivo se entornaron, la saliva goteaba hacia el suelo, el hambre lo atormentaba...así que saltó, rugiendo...y en la oscuridad brillaron las medias lunas de sus garras cuando rasgaron y acuchillaron al hombre y a sus animales...Se sació de carne y sangre. "Ahí está el tigre" oyó una voz...y el esperado disparo lo encontró libre y feliz.


Acoso  (La idea salió recordando algunas estemecedoras escens del film Mimic, de Guillermo del Toro)

Hacía ya dos días que lo notaba...El extraño tipo de gabán y sombrero negros la seguía a todas partes, tanto de día como de noche. En un comienzo pensó decírselo a su novio o a la policía...pero desistió, pues se sintió halagada..y además la curiosidad puede más que la prudencia.

La tienda de ropa estaba cerrando. Era de noche...y como sabía que él estaría ahí afuera decidió aplicarse un poco del riquísimo perfume basado en esencia de miel de abejas que le llegó en una cajita a casa, sin remitente, hacía tres días por su cumpleaños.

Caminaba por las solitarias calles cuando lo vió, al fondo de un pasaje oscuro...Sintiendo excitación se acercó a él. ¿Quien eres?, le preguntó...Sólo se oía un zumbido...De pronto el sombrero cayó, el gabán se abrió y deslizó al suelo vomitando a miles de abejas, que se lanzaron para clavar sus aguijones en su rostro y su cuerpo.

Consejo  (Simplemente la escribí de un tirón y la envié, y luego me di cuenta cuanto había influido en mi el relato Diabólica Advertencia de Pedro Montero que leí cuando era niño)

Nunca enciendas la luz en una habitacion y mires de primera instancia a un espejo...Por tal razon jamás coloques uno de estos artefactos frente a una puerta...Ellos habitan ahí desde tiempos inenarrables. ¿No hay veces en que entras a un cuarto y sientes que alguien acaba de marcharse...y aún percibes su olor?, ¿Acaso no te sientes en ocasiones observado por ojos no muy afables?

Cuando no hay nadie en casa, ellos se desprenden desde la superficie de los espejos y vagan por las habitaciones buscando en qué entretener su aburrida y eterna existencia...No son agresivos ni quieren asustarnos...pero te repito, jamás prendas una lámpara de golpe en una habitación en la que haya un espejo...No les gusta ser sorprendidos, y nunca se sabe...quizás en el más allá se les despertaran ciertos apetitos.

Eternidad  (Es innegable la influencia de Stephen King en este y otros relatos)

Le dijeron que debia defender esa posición, cerca al puente, a como de lugar. Cada uno de los soldados a los que se había asignado la misión había vuelto con una bala en la frente, uno por día. El francotirador vietnamita era bueno.

Sin embargo él estaba ahí ya tres días y había estado preciso en los disparos. Tres orientales habían sucumbido ya, uno por día también...¿Eran tres? Ya no estaba seguro...el opio le causaba un agradable mareo que a veces lo confundía..Eran idénticos...cada fogonazo le permitió ver sus facciones y su uniforme, pero cuando a la claridad del día siguiente había buscado el cadáver, éste ya no estaba..quizás sus compañeros se lo habían llevado.

Una noche más, y un vietnamita menos...más opio...otra más y otro oriental con la frente agujereada...más opio...otra noche más...La eternidad consistía en evitar ser asesinado y en matar un oriental más...¿o era el mismo que se repetía inexorablemente todos los días?

Luna llena 

¡Cómo le dolían las encías, maldición!..La cabeza le zumbaba, los ojos se le humedecían, la saliva le corría por el cuello desde las comisuras de la boca, le picaba todo el cuerpo.

El médico que lo había visitado le dijo que no estaba contagiado ni de rabia ni de ninguna otra peste. El se había imaginado que alguna enfermedad le había pegado la mordedura del enorme perro que, saliendo de la oscuridad mientras cambiaba el neumático en la carretera, se había abalanzado sobre él...Felizmente no fue así.

Cuando quedó a solas, oyó desde unos cien metros los sigilosos pasos de la joven empleada del hogar, y sus orificios nasales se embriagaron con el aroma de la sopa de pollo. Miró por la ventana a la calle..La luna era blanca y enorme...y sin poder remediarlo, mientras se abría la puerta para dar paso a su suculenta cena, miró su cuerpo que iba poblándose de espeso vello, y soltó un aullido estremecedor.

Promesa

Han pasado 30 años pero Bell no puede olvidarse de Morgan. Bell era ayudante en la prisión donde, religiosamente, cada mes había una ejecución. Uno de los reclusos moría en la silla eléctrica o ahorcado. El modo elegido para librarse del reo corría por cuenta del juez Carmody, y tenía que ver tanto con la gravedad de la falta como con el humor del magistrado.

Morgan era un asesino múltiple y violador de niños. Sus pupilas se achicaron para envolver en una siniestra mirada a Carmody, y a los presentes, incluido Bell. Cuando la electricidad le chamuscó el cerebro y el olor de carne quemada se hizo insoportable, soltó una horrenda y espeluznante carcajada y gritó: “¡¡Volveré a vengarme!!”.

Carmody murió hace 10 años, y todos los ahí presentes también, algunos en extrañas circunstancias nunca aclaradas. Y ahora Bell, solo en su casa, siente tras de sí unos ojos malévolos que lo observan…y un innombrable olor a carne chamuscada.

Pánico

Sudaba frío. Las gotas caían por su cabellera, le inundaban los ojos, no lo dejaban respirar pues se aglomeraban en los orificios de la nariz, le empapaban las mejillas y el mentón, y se deslizaban hacia el cuello.

Nunca le había tenido miedo a nada. Había sido soldado y después policía, pero ahora, en esa habitación, donde casi todo era blanco, no podía dejar de temblar. El dolor que había sentido desde días antes era ahora sólo una pequeña molestia ante la inminencia del ataque…Y el hombre regresaría en un rato más, con la cara tapada y las horribles tenazas y agujas que prometían mil y un torturas.

El pánico se apoderó de él cuando de espaldas a la puerta oyó que ésta se abría y una sombra se levantó frente a él, en la que se adivinaban las armas del especialista empuñadas por ambas manos que en breve serían usadas en su contra. ¡Maldita muela picada!

Relax

Le encantaba nadar de noche. El agua tibia del mar lo relajaba y el suave cansancio que sentía al salir lo hacía dormir mejor. Unas brazadas más y podría irse a descansar. Era mejor que leer, sentarse ante la computadora o ver la TV. Hacía semanas que lo hacía desde que alquiló la cabaña en esa playa desierta...Era raro que las demás estuvieran vacías.

Miró la orilla, a unos sesenta metros. Se había alejado demasiado. Por primera vez sintió un ligero escalofrío de miedo. Si bien el agua oscura estaba calma, su sexto sentido le decía que no estaba solo..."A la cama", se dijo, y se dispuso a regresar, pero las enormes fauces del tiburón se cerraron en su torso y masticaron el agridulce sabor de sus entrañas.

A la mañana siguiente, la cabaña volvía a estar en alquiler.

Misión  (Uno de mis favoritos, modestia aparte)
Era bonita de verdad. Tenía los cabellos cortos color azabache, la piel blanquísima, los ojos verdes y la boca roja y jugosa. Una malla ceñía su cuerpo joven. ¿Porque tenía que matarla, si podía poseerla? Ella sonreía, entre pícara e ingenua, y si bien él nunca antes había dudado, ahora le daba asco cumplir su misión. Para la gente estaba loco, pero hay seres que no deben vivir en este mundo, y él lo sabía.

Esperó en la negra noche fuera del bar a que ella saliera. No la vio pero sintió tras él un vaho frío y olor a azufre. Volteó rápidamente, con la estaca afilada lista y tuvo escasos segundos para observar los ojos refulgentes y los colmillos a punto de morderlo.

Hundió en su corazón el palo, vio salir la sangre a borbotones y presenció, sabiendo que no era última vez, la desintegración del cuerpo de ese engendro, uno más de sus incontables y milenarios enemigos.

Codicia mortal

El sonido fue seco. La madera se rompió y el ataúd vomitó su carga ante los ávidos ojos de Fidel y Leonardo. Habian pasado 6 meses del entierro del abuelo y apenas uno del de la tía Ramona, aquella vieja maldita y lunática que insistió en que al anciano lo metieran en su caja con su reloj de oro macizo, sus gemelos de brillantes y por si fuera poco con una bolsita que contenía monedas invaluables de tiempos inmemoriales y una docena de diamantes.

 "Si sólo hubiera sido el libro ese raro con el que durante los últimos años comía y dormía, pero no, a la chiflada tía se le ocurrió hacer que el abuelo viajara a la otra vida con tantas riquezas", dijo Fidel levantando la tela y observando el ataúd vacío, lleno de ropas viejas. "El libro", dijo Leonardo, "hablaba de la resurrección de la carne muerta".

Una sombra desvencijada y maloliente se acercó a ellos.

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