Por: Octavio Huachani Sánchez
Mi amigo Octavio, seguramente agradecido por la publicación que el suscrito hiciera en este blog de su entrañable relato "Aunque me cueste la vida", muy exitoso en visitas, me alcanza este otro en el que reconozco en parte a una persona que no digo su nombre pero veo todos los días cuando se afeita. Lo publico, divertido, no sin antes señalar dos cosas, que cualquier parecido con la realidad es una absoluta coincidencia, y que como dice una vieja canción, "yo no me llamo Xavier" (Javier Alejandro Ramos)
“Tengo los años que la vida me ha dado”, solía responder a quienes preguntaban por su edad, que generalmente eran damitas interesadas. Y es que Xavier Alexander, curtido periodista con más de seis décadas en su haber, no aparentaba le edad que sus documentos le señalaban. Además, agregaba, “vivo en solitario por propia voluntad”, a mí nadie me ha abandonado. Para todos era conocido que en los últimos años no se la había conocido una pareja permanente. Y se sabía que desde pocos días vivía completamente solo, su carácter, antes jovial, era ahora hosco y además, por razones que nadie se explicaba se había recluido en su departamento.
A través de sus cuatro décadas en el diarismo, había recorrido todas las secciones del periódico donde trabajaba desde que egresó de la universidad. Además del periodismo su otra gran pasión era la literatura. Sus amigos le decían ratón de biblioteca porque literalmente devoraba todo libro que tenía delante. Leía todo y de todo ya que aseguraba no tener escritores ni libros favoritos. Y de este aserto daba fe su frondosa biblioteca.
Precisamente su inmejorable manejo del idioma lo llevó a ocupar la codiciada jefatura de la sección editorial. Allí además de revisar algunos artículos de eventuales pero importantes colaboradores, tenía que escribir un comentario sobre el suceso más importante del día. Este cargo le permitió disponer de un mayor tiempo para desarrollar otras actividades. Entonces optó por escribir una novela de corte político pero a poco de empezar desistió de ese propósito.
Conocía de cerca todos los entretelones y negociados que ocurrían en ministerios y dentro del Congreso de la República, pero divulgarlos solo le crearía problemas y enemistades, pensó.
Xavier Alexander, pese a su aparente extroversión era en realidad muy reservado. Muy pocos sabían que una reciente decepción amorosa lo afectó tanto que se había hecho a la idea de vivir solo el resto de su vida. Fue entonces cuando se decidió a escribir relatos urbanos sobre temas románticos entre personas maduras. De cuando las parejas compartían la pureza de ese bello sentimiento. En otras palabras deseaba escribirle al amor.
A ese amor que con él se mostraba elusivo. Una a una fueron saliendo de su imaginación las crónicas urbanas (como él las llamaba) que empezó a repartir, primero, entre sus amistades más cercanas y más tarde a un selecto grupo de amigas “virtuales”. Poco a poco sus lectores fueron multiplicándose hasta cruzar las fronteras de su país. El explicaba el fenómeno como producto de una excesiva generosidad de difusión y recomendación que realizaban sus amigos. Lo curioso es que todos sus seguidores coincidían en señalar que el personaje principal de aquellas crónicas, era el propio Xavier Alexander, y así se lo hacían saber en las decenas de mensajes que le enviaban a su Facebook.
Al principio él negaba la relación y les explicaba que un autor para escribir cada una de sus obras
tenía que desdoblarse una y otra vez. Y debía vivir bajo presión. Argumentaba que sólo de ese modo agotador podía meterse bajo la piel de cada uno de sus personajes, escribir desde adentro y producir relatos convincentes. Pero era inútil. No le creían. Para ellas era él, el personaje de esas cada vez más solicitadas novelas que se basaban en sucesos que ocurrían, o deberían ocurrir, en la vida cotidiana de las parejas. De pronto, sin previo aviso, Xavier Alexander, dejó de escribir y publicar sus esperadas crónicas. Ni siquiera respondía a los mensajes que le enviaban a su correo electrónico ni a las llamadas telefónicas.
¿Qué había sucedido?
La soledad y la fantasía, esa mezcla tan peligrosa, habían hecho lo suyo. Cansado de vivir en solitario, Xavier Alexander en una de las madrugadas que usaba para escribir sus novelas, dio rienda suelta a su imaginación y decidió crear a la mujer de sus sueños. Entonces empezó la tarea. Con pasión y fruición Xavier Alexander, convertido ahora en artesano de la palabra fue elaborando el retrato escrito de la mujer de sus sueños. Y en verdad se trataba de una mujer especial. Muy especial porque era una mujer producto del amor. Quizás por eso en su descripción omitió todo detalle físico. Solo mencionaba los sentimientos que él, con urgencia necesitaba. “Comprensiva, impetuosa y calmosa a la vez, piadosa en el error, explosiva en la intimidad pero sobre todo cariñosa y amorosa en lo cotidiano”. No pedía más.
Desde entonces, cada noche mientras contemplaba la pantalla de su computadora le hablaba de sus cosas. Hasta que una madrugada Xavier Alexander se preguntó cómo poder amar a una mujer así. Cerró sus ojos y empezó a acariciarla sin tocarla y de pronto, por obra de ese intenso amor, de su fantasía o de una locura, la mujer se hizo tangible. Antes de entregarse, ella le hizo prometer que tendría que mantener en secreto esa relación tan especial. Y le dijo que ella solo se haría real en la intimidad cuando y hasta que él quisiera. El le juró que la quería para toda la vida y que siempre cuidaría de ella. Y así lo hizo los primeros meses. Fueron muchas e inolvidables las noches que permanecieron juntos hasta que el alba les anunciaba que era momento de separarse. Xavier Alexander, desbordaba de felicidad y solo pensaba en el cotidiano reencuentro nocturno. En realidad no sabía, nunca lo supo, si estaba viviendo su fantasía o una relación real.
Pero un día el escritor descubrió otra vez las reuniones con sus colegas y amigos que muchas veces duraban hasta llegar el amanecer. Entonces cierta noche, entre animoso y licoreado, rompió la promesa del silencio y empezó a ufanarse de tener un nuevo amor. Y cuándo le preguntaban si algún día la conocerían, él les aseguraba y hasta juraba, que ella había venido a Lima y que incluso, él luego le devolvió la visita viajando al país donde residía, “la verdad es que disfrutamos de momentos maravillosos” decía confundiendo la realidad con la fantasía. Vivía tan desbordado por el amor y el halago y reconocimiento por sus logros que por semanas dejó en el abandono a su antes fiel y recurrente computadora. Tantas que la fue a encender la encontró llena de virus y cuando dejó de escribir y publicar sus crónicas, notó que una a una, fueron reduciéndose las invitaciones.
Recién entonces Xavier Alexander se acordó de la mujer de sus sueños y contrató a un técnico para que la arreglara rápidamente. Pero era demasiado tarde. Cuando finalmente encendió la máquina descubrió que en el monitor había las huellas de dos manos que evidenciaban que en su desesperación por salvarse, la mujer de sus sueños había tratado de aferrarse a la pantalla.
Inmediatamente se puso a reinventar a la mujer de sus sueños y con la angustia reflejada en su rostro escribió una y otra vez. Pero fue inútil. A todo lo que él escribía, en la pantalla solo aparecía “promesa incumplida”. El veterano periodista, ducho en lides ajenas, cuando le tocó enfrentar su propia batalla sucumbió víctima de sus propios errores. Desde entonces todas las noches se sentaba frente a la computadora y tomándose la cabeza con ambas manos no cesaba de preguntarse: ¿Qué pasó? ¿Qué sucedió si nos habíamos amado tanto? Había olvidado que el amor, virtual o real, debe ser atendido día a día, minuto a minuto, expresando ese sentimiento cada mañana pero sobre todo cumpliendo las promesas hechas. Y que los amores de lejos o virtuales terminan en el olvido.
Muy cierto el personaje de este relato es hartamente conocido... Y dicen cocina muy rico... Ya probaremos su sazon... Good Luck!!!!
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